domingo, 10 de noviembre de 2013

Un enemigo invisible

Hola.
Hoy voy a romper mi sequía literaria (faceta alterada por el agobiante curso que tengo por delante) para escribirle a alguien cuya vida ha sido desafiada hace unos días en la camilla pública de un quirófano. Con pública no quiero desprestigiar, todo lo contrario, quiero decir que en otro país la lucha habría empezado en un banco, no en una consulta médica. 
Pues bien, le escribo a un luchador, al que mi admiración no tiene límites, que combate contra un enemigo invisible, cruel y desgraciadamente cada vez más conocido. Le escribo a un guerrero con una sonrisa copando la lista de sus mejores armas, seguida de cerca por una fuerza infinita. Pero sobre todo, le escribo a una grandiosa persona.
A menudo divulgo y comparo el discurso de nuestros días con un rin de boxeo o una carrera de obstáculos, donde la lucha es la madre de toda supervivencia y nuestro futuro darwiniano vendrá determinado por la diferencia entre las veces que hemos sido capaces de levantarnos y las veces que nos hemos hundido cual piedrecilla en el inmenso océano. Sólo los más fuertes sobreviven decía el naturalista inglés, pero yo creo aún en un superviviente más fuerte: el que no se rinde y aplica la constancia en cada una de las facetas de su vida. Y aquí pongo de ejemplo a mi citado combatiente, que a pesar de haber vivido tantas guerras como días hace que no me paseo yo por este rincón, ha sido capaz de responder de la mejor manera posible en cada una de ellas, saliendo triunfante en la gran mayoría. 
Ahora se encuentra inmerso en una enorme batalla, quizás de las más duras que haya librado hasta el momento, contra el peor de los rivales, pero estoy segura de que ese corazón volverá a luchar incansable por conseguir, una vez más, un victorioso final.